martes, 13 de junio de 2017

Adiós, Rosa


Adiós a la mujer que no sabía qué eran vacaciones ni feriados, a la que amaba las ventas, a la que, sin saberlo, era una workaholic total.

Adiós a mi adorable acumuladora sentimental, a la que no se desprendía de ropa u objetos porque le recordaban una etapa importante de su vida o a alguien especial.

Adiós a la reina de la patasca, la sopa y los tallarines verdes, el otongo con queso, la sopa de quinua, el cau cau, el guiso de mote con huevo frito y el arroz con pollo.

Adiós a la fanática de Pedro Infante que de adolescente tenía fotos del mexicano bien guardadas, pero, lamentablemente, mi abuelo las rompió diciendo que eran tonterías. (Siempre le di mi solidaridad por eso).

Adiós a la jovencita que usaba de excusa ir a misa con su amiga para verse con quien sería mi papá; a la que logró casarse en la Catedral de Lima, con una cintura que ninguna de sus hijas heredó.

Adiós a la ama y señora del regateo. No hay vendedor ante el cual no haya salido victoriosa.

Adiós a quien me enseñó a colocar una toalla higiénica; a la que me habló de sexo por primera vez y pronunció el inolvidable: "cuando el hombre se la mete a la mujer".

Adiós a la irremediable obsesionada por las bolsas de plástico. No las botes, eso sirve, decía.

Adiós a la mujer que exclamaba: "¡qué saben los doctores!" cuando le hablaba de la nueva dieta que había conseguido de un nutricionista.

Adiós a la que me preguntaba, hasta cinco veces, si quería comer tal cosa, pese a que en cada ocasión la respuesta era: "no mamá, gracias". 

Adiós a la señora de buen diente que tenía como ley: cocinar e ir degustando un aperitivo; a la autora de la frase: "el frío da hambre".

Adiós a la mujer que odiaba la mentira y la falta de honradez.

Adiós a la admiradora de Leo Dan, cuya canción "Cómo te extraño mi amor" le siguió gustando en la versión de Café Tacuba; a la que pudo reconocer el tema "El último beso", de Los Doltons, en la voz de Eddie Vedder de Pearl Jam. 

Adiós a la cuestionadora de espectáculos artísticos, pues decía que eran cosas de gente ociosa; pero años más tarde fue, incluso, a ver una obra de teatro sobre strippers.

Adiós a esa cabecita blanca por la cual hacían parar a la gente en los micros para darle un asiento.

Adiós a la mujer que me pedía un nieto, pero a la que finalmente le di algo que nadie le llevó antes a casa: un título universitario.

Adiós a la dama que discrepó y lloró por mis decisiones de vida, pero que después entendería que todos tenemos conceptos diferentes de lo que es la felicidad.

Adiós a la mujer que amé con sus virtudes y defectos, y que hizo lo mismo conmigo.

Adiós a la mamá, abuela y bisabuela.

Adiós, Rosa Yaringaño Cancho.